sábado, 30 de abril de 2016

Comentario "El último turquito"

El lugar donde se desarrolla esta historia es una de tantas y tantas heridas por donde Chiapas exhibe su caliza; donde manos irresponsables han quitado la cabellera que formaba el bosque, dejando limpio el cráneo de la roca; donde en minutos la ceniza ha remplazado a la fibra vegetal que tardo siglos y milenios en formarse; donde la catástrofe empezó cuando un bípedo, insignificante ante la grandiosidad de la Naturaleza pero creyéndose su amo, llego armado de un hacha  y gran ambición, tapados los ojos por la ignorancia, sellados los oídos por el tintinear del dinero.Aguas limpias, saltando sobre las piedras y formando cristalinas pozas, corren arrullando con su murmullo a los turipaches que esperan el sol sobre una roca, verde por tanto musgo. La humedad se hace visible en una niebla que lentamente escurre entre la  maraña y flotando llega hasta la copa de los gigantes milenarios cuyo follaje compite con el de las enredaderas, por donde escapan ágilmente los monos al ser espantados por la sombra del águila arpía.
En la húmeda penumbra revolotean las primeras mariposas de alas azul metálico y florece un arbusto que congrega numerosos chupaflores cuyo plumaje lanza hermosos destellos; mientras unas reinitas de celeste colorido esperan impacientes a que las avecillas les permitan participar del nectaríneo banquete.
Entre un oscuro bejucal se disponen a dormir una pareja de tecolotes de albos cuernillos y rojizas caras, sus ojos observan discretamente a un grupo de cucayos que pegados al carcomido tronco también pasaran el día. En la cima de la loma se escuchan los gritos del tucán, que desde la punta de un gran árbol domina el horizonte. Abajo del mismo gigante centenario y oculto entre la maleza que cubre el húmedo suelo, un siervo rojizo lame su pelaje, mientras una ardilla gimotea su alarma ante la sombra de un gavilán.
En un arbolillo de mediana altura y racimos de maduras frutillas, danzan su cortejo amoroso varios turquitos de plumaje negro y rojiza cabeza, de patas amarillas y ojos blancos. Van y vienen, saltan y chillan, revolotean a veces, todos siguiendo la misma ruta de ramitas cuidadosamente despojadas de follaje. Cuando un grupo se cansa toma su turno como espectador y a su vez contempla a los danzantes o mira con gozo el verde panorama cubierto de espesa vegetación y, durante largos minutos los pajarillos devoran glotones las jugosas frutillas, luego retornan a la danza amorosa. Son ni más ni menos, una parte del conjunto armónico de la Naturaleza.
Es un sonido raro para la floresta; los animalillos pretenden acostumbrarse hasta que un estruendo los sobrecoge de nuevo. El primer gigante, que imposibilitado para escapar sintió cómo le cortaban sus ataduras a la madre tierra, se viene al suelo. Así gimiendo y aplastando hace retumbar el suelo con su peso, asombrado de aquellos seres que hace apenas unos días alimento con sus frutos, que hace unos días protegió con su sombra deteniendo los ardientes rayos del sol.
La destrucción avanza. Los seres arrogantes e insulsos que en su creencia dicen que todo en la Naturaleza fue echo para servirlos, ya no tan solo pasan de largo.  Son los ilusos que se creyeron reyes de la creación y destrozando corren hacia su propia destrucción.
Pasa un año pasan dos. Los habitantes móviles del monte pretendieron huir pero fue inútil, sólo encontraron desolación, ya el humano había pasado por ahí. Los vegetales tuvieron que esperar aterrados hasta que esos seres destructores, incapaces de escuchar los alaridos de terror vegetal llegaron con machetes y hachas en mano derribando y luego quemando.
Las rocas constituyen ahora todo el escenario, primero estuvieron disimuladas por el verde del maíz y finalmente las raíces ya no encontraron tierra que nutriera a las plantas y éstas no crecieron lo suficiente  ni para ocultar las rocas; entonces los destructores dejaron el lugar y buscaron nuevos bosques para transformar en desiertos. Donde el panorama era verde y las mañanas se velaban por la húmeda niebla, ahora es blanco y es gris.
En lo alto de un pináculo rocoso sobreviven apenas unos cuantos arbustos achicharrados que refugian a un pajarito triste, de plumaje negro y cabeza roja. Sus ojos miran aquella desolación y sus persistentes silbidos desesperados son una maldición para los hombres que no supieron tomar sin destrozar y que mañana ellos mismos estarán en la misma condición que el turquito.
Los gritillos del turquito persisten pero su débil canto sólo es oído por un tordo de enlutado plumaje que es una de las pocas criaturas silvestres que pueden adaptarse a vivir junto con el caos del hombre. Al turquito, además del hambre lo atormenta la sed, el arroyo hace tiempo está seco, el rocío ya no se condensa más y la niebla húmeda ya no existe. Este día también el arbustillo llega al límite de su resistencia y las últimas hojas aún verdosas se doblan hacia abajo. 
El turquito apenas puede volar y saltando llega  a la ramita más alta. Una vez más otea el horizonte desolado, no comprende que uno a uno de sus congéneres fue cayendo a tierra, que él, más fuerte, sobrevivió hasta lo posible.
El piquillo abierto, el plumaje erizado, el turquito descubre algo blanco que se abre paso entre las ondas de calor.
Es un chamaco que bañado de sudor sube la loma, tiene el rostro enrojecido y la desesperación por tanto calor quiere invadirlo. Por un momento  se agacha en la escasa sombra que proporciona el chamuscado tronco de un chinine, el mismo que hacía tiempo le proporcionó grasosa fruta para saciar su hambre, cuando aún estaban en la tarea de asesinar árbol tras árbol, él, su padre y su tío.
.Es impresionante hasta donde a llegado el hombre por ser tan egoísta, por creerse superior, por pensar que la naturaleza esta sólo pare servirle a él y es aun más impresionante el grado de destrucción que podemos causarle a todos los demás seres vivos. Los seres humanos siempre pensamos en nuestros propios beneficios, en cubrir  nuestras necesidades pero nunca nos ponemos a pensar en todos los recursos naturales y todas las especies animales y vegetales que se ven afectados e incluso que pueden llegar a extinguirse por nuestras malas decisiones y nuestra irresponsabilidad.
Es momento de que comencemos a actuar en beneficio a la Naturaleza ya que si no lo hacemos otras especies sufrirán las consecuencias, incluyéndonos, ya que sólo somos otra de tantas. Somos incapaces de pensar que si acabamos con nuestro entorno estamos acabando con nosotros mismos porque dependemos completamente de él. Si no hacemos algo pronto todas las especies terminaremos como el turquito, por eso hay que tratar de remediar el daño que le hemos causado a la naturaleza, de actuar en su beneficio y regresarle aunque sea un poco de lo que ella nos ha brindado. 

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